martes, 29 de septiembre de 2015

Los dioses de Delfos: Apolo y Dionisio. Nietzsche, la Mujer.

Por Umberto Eco -- Historia de la Belleza

Según la mitología, Zeus habría asignado una medida

 apropiada y un justo
 límite a todos los seres: el gobierno del mundo coincide
 así como una
armonía precisa y mesurable, expresada en las cuatro
 frases escritas en los
 muros del templo de Delfos: “Lo más exacto es lo
más bello”, “Respeta
 el límite”, “Odia la hybris (insolencia)”, “De nada
 demasiado”. En estas reglas
 se basa el sentido general griego de la belleza, de
 acuerdo con una visión
 del mundo que interpreta el orden y la armonía como
 aquello que pone un
 límite al “bostezante Caos” de cuya garganta brotó,
 según Hesíodo, el mundo.
 Es una visión que cae bajo la protección de Apolo,
 que efectivamente está
 representado entre las Musas en el frontón occidental
del templo de Delfos.
Pero en el mismo templo (que se remonta al
 siglo IV a.C.), en el
 frontón oriental opuesto, está representado Dionisios,
 dios del caos y
 de la desenfrenda infracción de todas las reglas.

Esta presencia conjunta de dos divinidades antiéticas no es casual, aunque no ha sido tratada
 hasta Nietzsche, en la edad moderna. En general, expresa la posibilidad, siempre presente y
 periódicamente reconocida como verdadera, de una irrupción del caos en la bella armonía. Más
 concretamente, en la concepción griega de la belleza, que resultó ser mucho más compleja y
 problemática de lo que indican las simplificaciones efectuadas por la tradición clásica.

Una primera antítesis es la que se produce entre belleza y percepción sensible. En efecto, si la belleza
 es perceptible aunque no completamente, porque no toda ella se expresa de formas sensibles, se abre
 una peligrosa incisión entre apariencia y belleza: incisión que los artistas intentarán mantener entreabierta,
 pero que un filósofo como Heráclito descubrirá en toda su amplitud, afirmando que la belleza armónica del 
mundo se manifiesta como desorden casual. La segunda antítesis enfrenta sonido y visión, las dos formas
de percepción privilegiadas por los griegos (probablemente porque, a diferencia del olor y del sabor, se
 pueden reducir a medidas y órdenes numéricos): aunque se reconozca a la música el privilegio de expresar
 el alma, solo a las formas visibles se aplica la definición de bello (kalón) como “lo que agrada y atrae”.  
Así pues, desorden y música constituyen una especie de lado oscuro de la belleza apolínea armónica
y visible, y como tales se incluyen en la esfera de acción de Dionisios.
Esta diferencia se entiende si se tiene en cuenta que un estatua debía representar una “idea”
 (y, por tanto, suponía una contemplación detenida), mientras que la música es interpretaba
como algo que suscita pasiones.”






No hay comentarios:

Publicar un comentario