viernes, 17 de abril de 2015

LEYENDA DEL TIMBO


por Susana C. Otero (adaptaciones)



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    Dicen que dicen .....que la hermosa Tacuareé era tan bella como un ramillete de orquídeas.
   Saguaá, su padre era el cacique de esa comunidad, Tacuareé y Saguaá eran muy queridos en el lugar.
   Padre e hija se amaban, pero Saguaá sentía devoción por la muchacha, él estaba orgulloso de ella y la protegía sobremanera, veía con buenos ojos a un guerrero que la cortejaba.
   Pero en una de sus incursiones al monte, en busca de frutos silvestres la jovencita había conocido a un cazador que venía en busca de sustento a esas tierras desde lejos. Tacuareé y el cazador se enamoraron apasionadamente y su padre al conocer la noticia trato de oponerse, bien sabía el padre que la mujer debía seguir a su hombre, eso aterrorizaba al cacique, eso era lo que él jamás hubiese querido.
   Saguaá a pesar de su pena, y de saber, que tal vez por muchas lunas no volvería a ver a su hija, se contentaba viéndola tan feliz e ilusionada, tanto que no pudo impedirle que partiese.
   Con el transcurrir de los días, extrañaba oír la voz y la contagiosa risa de su amada hija. Sin embargo, solía contentarse pensando que a pesar de la distancia que los separaba, Tacuareé debía estar feliz junto a su amor.
   Pasaron los días, las semanas, los meses y no tenía ninguna noticia de ella.
   Era mal presagio. Saguaá se sentía desesperadamente solo y preocupado.
   Una noche, Saguaá tuvo un sueño, una pesadilla, se despertó sobresaltado, angustiado, terriblemente abrumado, no perdió tiempo, Tacuareé estaba en peligro inminente, guiado por su terrible presentimiento y con la seguridad que su querida lo precisaba, partió llevando en su llica unas pocas provisiones, en busca de ella.
   El camino era largo, el anciano caminó y caminó, estaba extenuado, pero con la terquedad de un padre que cree que su hija lo necesita, no se dejaba vencer. Al fin, llegó a las tierras donde su hija vivía, pero nada pudo encontrar allí, la comunidad había sido arrasada por algún enemigo al que Saguaá no conocía.
   El cacique no se dio por vencido, si algo había aprendido en su larga vida era rastrear huellas, por ellas pudo saber que algunos integrantes de la comunidad habían sobrevivido, las huellas lo llevaban a adentrarse en el espeso monte.
   A pesar que  las raciones ya  se le habían agotado, pensó que el monte le daría de comer, si sus fuerzas se lo permitían, si bien ya no gozaba de la agilidad de antaño, se las ingeniaría como siempre lo había hecho.
   Las huellas se perdían en la espesura, Saguaá cada tanto apoyaba su oreja en tierra, él quería escuchar algo que lo llevase hasta su hija, más no fue capaz de escuchar ningún sonido humano, debilitadas sus fuerzas cada vez más, la continuó buscando por días y días, siempre con su oreja en tierra tratando de capturar algún indicio que lo llevara hasta ella.
   Pasaron muchas lunas, al ver que el cacique no regresaba, los integrantes de su comunidad salieron en su búsqueda.
   Después de mucho, fue encontrado sin vida y aún hincado con su oreja en tierra, pero algo misterioso había sucedido con su oreja, le habían crecido raíces y de ellas había brotado una misteriosa planta, desconocida hasta entonces.

   Con el tiempo esta planta se convirtió en un frondoso árbol al que llamaron Timbó o Camba Nambí, cuyos frutos tienen la forma de una oreja, tal vez sea ésta para que nadie olvide el amor que Saguaá le profeso a su querida hija.

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