miércoles, 25 de enero de 2017

PARA PENSAR. MARTIN RODRIGUEZ EN EL BLOG DE ABEL

”El mundo le pinchó el globo al PRO”

enero 25, 2017
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Este el título de una nota que escribió hace dos meses Martín Rodríguez. Y me parece enormemente oportuna para este momento que vivimos. Y no es por  los limones argentinos a los que Trump les cerró la puerta en la cara (de Macri). Es patético, pero no es más que un episodio comercial como hubo y habrá muchos.
Hay algo más estratégico, que quiero contribuir a debatir desde el blog y fuera de él, que se resume en la frase final del artículo: “El menemismo y el kirchnerismo fueron mejores lectores del mundo en el que vivíamos”.
Estoy de acuerdo. Creo que el fracaso del experimento macrista -si mi previsión es acertada- se deberá no a que es de “derecha”, que representa a los sectores más acomodados de la sociedad y a los que se identifican con ellos. En todos los países de estructura similar a la nuestra -la gran mayoría- hay partidos de derecha y a menudo ganan y gobiernan. El fracaso del macrismo que avizoro se debe a que su proyecto de “volver al mundo” consiste en sumarse a un esquema que se agota.
Pero sobre eso escribiré cuando tenga más tiempo. Además, Martín, uno de los escritores más talentosos de los jóvenes que formaron la primera ola kirchnerista en blogs y medios, y, creo, el único que todavía escribe con regularidad (lo siento, Gabriel, Gerardo, Artemio. Uds. no eran taan jóvenes), es demasiado “librepensador” para el gusto de la militancia comprometida. Aquí lanza algunas ideas provocadoras. Que también me provocan a discutirselas, pero ahora léanlo a él.
“Felipe Solá suele recordar qué certeza se extinguió en la mente de un militante peronista a partir del 30 de octubre de 1983: la de que cualquier discusión política con la izquierda o derecha concluía con la ostentación de que había una “mayoría”, “un pueblo peronista”, que la resolvía en las urnas. Como el canto de guerra de La 12: “somos la mitad más uno/ somos el pueblo, el carnaval”. Eso enterró el triunfo de Alfonsín.
No es que el peronismo no iba a tener más mayorías (Menem, Cristina), pero nacía, como también dice Solá, la democracia de “los segmentos”. Se acabó el mito imbatible del “pueblo peronista”. Toda mayoría parece contingente, se puede desarmar de una elección a la otra. Podés pasar del 54% al 33% en dos años.
Ahora: ¿es posible construir una “nueva mayoría”? ¿Es posible construir esa “mayoría política” que prevaleció como sombra desde 1945 hasta 1983? ¿Es posible reconstruir en una “nueva mayoría” las “viejas mayorías argentinas”? La actual composición heterogénea de las clases populares parecen decirnos que no: el 17 de octubre fundacional a mitad de siglo pasado nos mostraba obreros argentinos demasiado parecidos entre sí, en un país industrializado. Hoy vivimos la segmentación del voto, y los efectos perdurables de una economía que pudo salir de los años 90 pero que no cambió su estructura laboral (informalidad, precarización). De aquel pueblo peronista de obreros a un electorado.
¿Cuál fue el problema argentino del siglo 20? Lisa y llanamente: lo que votaban las mayorías. Radicales primero, peronistas después. El voto por la igualdad. ¿Cómo se resolvía? Leña, leña, leña. Martínez de Hoz y Cía. transformaron la estructura productiva con proscripción, censura, ESMA y Campo de Mayo: un instrumental quirúrgico completo para pudrir el empate social argentino entre capital y trabajo. Menem, cuando heredó la noble agonía radical, llevó a cabo un gobierno “neoliberal” con mayorías electorales en las que los “excluidos votaban por sus excluidores”, al decir del gran sociólogo Ricardo Sidicaro. El ingenio político había tenido el salto de “la imaginación al poder” de un plan liberal fuera de quicio (¡poner nuestra moneda en paridad con el dólar!). Era un ajuste con fantasía distributiva: cada mísero peso valía un dólar. Una aventura por el mercado con el hacha en la mano.
Al revés, el kirchnerismo tuvo la trabajosa tarea de desarmar el consenso de los años 90 a fuerza de consumo, batalla cultural e inclusión. Con pedagogía progresista y una acumulación de poder que hizo saltar un par de veces la térmica, su mayoría fue y vino, no tuvo la vaca atada, de ahí que Kirchner haya sido como el científico loco que probó transversalidad, concertación, testimoniales, pejotismo, anti pejotismo. Kirchner nació con la fatalidad de los votos que le faltaban. Fue un peronista vencedor que, literalmente, no ganó ninguna de las dos grandes elecciones en las que se presentó (ni 2003, ni 2009). ¿Qué fue entonces? El mejor lector de sus derrotas… y un conductor que dio una lección paradójica sobre el supuesto pragmatismo recitado como salmo de la realpolitik (“el que gana conduce, el que pierde acompaña”).
Con la mitad más uno hacés la patria socialista, la patria peronista, la patria contratista, la que quieras. Con la primera minoría no. No existen los “populismos de primera minoría”. No existen las vías pacíficas al socialismo con primera minoría electoral (Salvador Allende lo supo en su septiembre, mientras la izquierda lo encerraba y la derecha asesina lo apuntaba). Las políticas que se dicen y autoproclaman transformadoras buscan las mayorías o no son nada.
El último kirchnerismo tras las elecciones de 2013 se sentó a descansar en un triunfalismo sobreactuado: somos primera minoría y CFK será la electora de 2015. No ocurrió. Lo mismo se diría al revés: no puede haber un gobierno de transformación liberal sólo con una primera minoría, el apoyo blando y el ensayo triunfalista de cómo “dividir la oposición”. Cambiemos no compite contra un peronismo unido, ni un kirchnerismo combativo. Compite contra sí mismo. Contra el espejismo de una mayoría que le regaló el sistema electoral con la suma de hartazgo hacia el kirchnerismo. El “partido del ballotage” que gobierna la Argentina según Ignacio Zuleta.
Macri presidente es el fruto de una mayoría forzada por el sistema electoral. La idea de “nueva mayoría” esa metáfora kirchnerista que reconoce, por empezar, sus propios límites, precipita una pregunta: ¿por qué una “nueva mayoría”? ¿Porque el big bang de Cambiemos y su política económica habrían producido un caos original del que puede brotar esa “nueva mayoría” liberada de todas las diferencias concretas, de nombres y cuitas y siglas, de la política? ¿La “nueva mayoría” de los vencidos?
Extremado el decir de Durán Barba: toda mayoría siempre será “nueva mayoría”, tan nueva que nace y muere porque será incapaz de fundar una tradición, porque si lo hiciera, en ese instante mismo en que es capaz de fundar una fidelidad, quiebra el paradigma de “nuevo elector”. Hasta ahora Cambiemos supo cómo ganar elecciones, ¿y qué pasa después? ¿Por qué ya no brillan los Marcos Peñas? En síntesis: el empate retórico de la política argentina se encuentra entre el tercio macrista que no cree en las mayorías y el tercio kirchnerista que las ambiciona en medio de la “segmentación” argentina. Tras el derrumbe de 2001, la reconstrucción política ha sido de minorías.
El PRO ganó y trajo como explicación al mundo su filosofía contra el “círculo rojo”. Un gobierno de CEO’s contra el establishment político. La revancha politizada de los gerentes. Semanalmente están las columnas en el diario Perfil de Jaime Durán Barba capaces de adaptar cualquier resultado electoral global (el NO al acuerdo en Colombia, el triunfo de Trump, las derrotas municipales del PT en Brasil, etc.) a su “teoría”. Algo así como que todos aquellos que piensan la vida política lo hacen de un modo equivocado porque no conocen a la gente concreta y sus problemas concretos, y entonces izquierdas y derechas, liberales y populistas, conforman un establishment de reglas rígidas, conservador, lento, elitista. Básicamente, el siglo 21 será gobernado por quienes conocen el secreto, el deseo y el consumo del ciudadano. El político empresario.
Ese hilo finito que une a Trump con el PRO tiene un contrapunto esencial: el magnate americano se montó sobre un nacionalismo blanco que desprecia el compromiso global de Estados Unidos, y en cambio nuestros magnates argentinos se consideran representantes de esa “fe global” que Estados Unidos parece haber barrido en sus urnas. Al final, el mundo fue el que les pinchó el globo. El menemismo y el kirchnerismo (que lograron sus mayorías) fueron, antes que nada, mejores lectores del mundo en el que vivíamos”.

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